lunes, 8 de agosto de 2011

NECESITAMOS A KINDLEBERG

RICARDO BECERRA LAGUNA

“Manías, pánico y cracs” es el mejor libro que uno puede leer para entender lo que está pasando ahora mismo en la economía mundial.
El desaparecido John Keneth Galbraith, no se cansó de referir y citar ese texto a partir de su publicación, en 1989: “La economía debería ser una conversación; el discurso económico debería tratar de convencer; y un medio de convencer es discutir con ejemplos. Y eso es lo que hace a manos llenas, Charles P. Kindleberger”.
La pertinencia de esa cita me parece casi profética. Si siguen la secuencia de los acontecimientos, de las decisiones y los estremecimientos financieros, desde el año 2007 a la fecha, y los compara con la misma secuencia del periodo de3 la gran depresión, que va de 1929 a 1937, notarán una analogía asombrosa.
Ambos momentos fueron precedidos por eras extensas de capitalismo libertario, laissez-faire, falsamente autorregulado. Entonces, entró de la mano del republicano Herbert Hoover y su multimillonario secretario del Tesoro, Andrew Mellon; en el año 2000 se instaló con George Bush y Alan Greenspan, ambos republicanos y como aquellos, enemigos de la intervención gubernamental en el mercado financiero.
En esos años, los programas de rescate tampoco fueron suficientes, y por eso, en 1936, Roosevelt estuvo a punto de destruir su legado, tal y como el Obama de hoy se bambolea entre la extrema polarización de la derecha norteamericana y la desafección de los demócratas. El deseo de volver a presupuestos conservadores antes de asegurar la recuperación es parte de la misma historia. Recortar el gasto, achicar la red de seguridad social y minimizar los proyectos de obra pública, fue una decisión de Hoover en 1929, repetida por Roosevelt en 37 y por el Congreso estadounidense, la semana pasada.
Luego de los cracs financieros (de 1929 y 2008) la economía camina torpemente y aún así, los bancos centrales coquetean con la idea de subir los tipos de interés, entonces como ahora. En ambos episodios, el desempleo ha alcanzado sus niveles más altos, y sin embargo, deja de ser la absoluta prioridad para ceder el lugar a la “responsabilidad presupuestaria”. Y la descoordinación institucional, las soluciones encontradas, la falta de acuerdos internacionales para salir del atolladero ha caracterizado esta crisis tanto como aquella.
Hay una pregunta inquietante que se hace Kindleberger en su libro de 1989: “¿Cómo lograron, el benévolo presidente Roosevelt y el maligno Adolf Hitler, restaurar el pleno empleo en los seis largos años que siguieron a 1933? Un enorme gasto deficitario que aumentó la deuda pública. Esta historia, tal y como yo acabo de contarla, no se encuentra ya en casi ninguna de las tesis doctorales de las grandes universidades privadas después de 1970”.
En efecto: los economistas sabían de la existencia de una solución feliz a los problemas del gasto y de la deuda: se llama crecimiento económico. Después de la segunda guerra mundial, la deuda federal bruta de los E.U. alcanzó el 122 por ciento del PIB, el nivel más alto del que se tiene memoria para ese país. Pero en el curso de los siguientes 40 años, cayó a alrededor del 33 por ciento. Ese hecho no se debió a ningún programa de austeridad ni a ninguna ley de responsabilidad hacendaria: sencillamente la economía gringa creció, precisamente porque el fuerte gasto impidió la recesión y dio un impulso sin precedentes a la actividad general.
Debo decir, también, que Kindleberger es uno de los principales artífices del Plan Marshall en Europa y que su contribución práctica a la reconstrucción del viejo continente fue decisiva. Evocando los años de 1933 y 1934, Kindleberger animaba a los gobiernos a “improvisar para la economía real nuevas y grandes inyecciones de gasto directo que ayuden a debilitar las espirales descendentes que las recesiones son tan propensas a desarrollar”. Y aunque sus palabras chocan con los prejuicios adquiridos por nuestra “cultura de la estabilidad”, ¿qué economista sensato lamenta hoy que Roosevelt rompiera sus promesas electorales de "equilibrar el presupuesto" hechas en 1932?
O como escribió Paul Krugman hace dos años, cuando Obama decidía su primer plan de rescate económico: “Mi consejo es que calculen la ayuda que creen necesaria y luego le añadan un 50%”. No lo hicieron, y hoy, precisamente hoy, el mundo puede entrar a otro abismo depresivo ante las noticias de debilidad de la recuperación americana (0.8% de crecimiento en el último semestre).
Y no es que la globalización y la economía mundial hayan cambiado tanto desde que murió el profesor Kindleberger. Su fórmula ha sido aplicada a lo largo de esta crisis por los chinos, quienes a pesar de todo, han seguido creciendo a un ritmo espectacular, en buena medida como consecuencia de su estímulo fiscal masivo. Si dudan de la eficacia de las masivas estrategias anticíclicas, fíjense en el estímulo de cuatro billones de yuanes en 2008 y 2009, muy superior al estadounidense, pero aplicado a una economía todavía más pequeña. ¿Resultado? Crecimiento de 10.3% el año pasado.
Esa expansión ha permitido a China jugar un papel de “prestamista de último recurso”, comprando deuda podrida incluso en Grecia y Portugal, y bonos oficiales de la Unión Europea y claro, de los Estados Unidos, las cosas que hacía Kindleberger en la ejecución del Plan Marshall.
Pero en occidente los economistas desaprendieron, ya no digamos teoría económica sino las lecciones de la buena historia económica. Regresamos a las fantasías y las manías del capitalismo desregulado y por eso, este 2011 se asemeja, ya tanto, a 1937

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